La venta de coches: un nuevo triste record
La destrucción de la humanidad recibida con aplausos

Hendrik Vaneeckhaute

 

Los noticieros nos dieron una supuesta ‘buena’ noticia. La venta de coches en el Estado Español bate nuevos records. Las ventas en julio crecieron un 4% en comparación con el mismo mes del año pasado, el anterior mes de más venta. Este año ya se han vendido casi 1 millón de coches. Esa noticia, recibida como buena para los adeptos del libre mercado capitalista (ya se imaginan los millones de euros de beneficios) es un verdadero desastre para el desarrollo humano, y más en general para el planeta.

El coche es un arma de destrucción masiva: sólo en Europa deja anualmente más de 55.000 muertos y 3.500.000 de heridos. A estas cifras habrá que añadir centenares de miles de víctimas más que sufren diariamente enfermedades respiratorias, y muchos otros tantos que mueren en la explotación de los recursos necesarios para fabricar y hacer funcionar estas máquinas.

Y por si fuera poco, la versión del coche que más contamina, el diesel, recibe mayor apoyo por parte del estado (el diesel, aunque más contaminante, es más barato que la gasolina). Como consecuencia, el diesel ya es el coche más vendido.

El transporte es considerado responsable del 30% de las emisiones de CO2, principal causante de los cambios climáticos. Millones de personas se verán afectados por las consecuencias de este desastre climático cuyos costes no son calculables. A pesar de ello, los gobiernos siguen promoviendo la producción y uso masivo del medio de transporte menos eficaz. Incluso más, impiden que otras formas de desplazarse –más ecológicas y que desgastan menos energía – sean factibles.

Las ciudades son diseñadas en función del coche privado. No se toman en cuenta la salud humana, el bien-estar en el barrio, ni las formas de desplazarse más sanas y eficaces. En las ampliaciones de las ciudades, simplemente es imposible andar, porque grandes avenidas, verdaderas autopistas, impiden el paso. El transporte público (tren, metro o bus) sólo es un añadido, no forma parte básica de los planes urbanísticos.

Las nuevas cinematecas y los centros comerciales, construidos en las afue­ras de las ciudades, generan un creciente flujo de coches, hasta tal punto que se forman largas colas en las autopistas. Ni siquiera se puede llegar a pie, ni tampoco en transporte público. (Si lo hay, resulta que ver una película a las diez de la noche implica que ya no hay buses, ni metro de regreso.) Los fondos públicos pagan por el equipamiento de los terrenos y pagan las nuevas carreteras, cada vez más amplias. También con fondos públicos se paga (o se pagará) por la contaminación y sus consecuencias en la salud. Las empresas privadas se llevan los beneficios crecientes y no pagan por los daños generados.

No es una tendencia ‘natural’ que haya más coches y que se utilicen más, es una decisión política. Las ciudades, por decisión política, son diseñadas para estimular el crecimiento económico capitalista y para facilitar los beneficios priva­dos. El coste se refleja en la falta de un desarrollo social equilibrado (los niños ya no pueden salir de casa), la contaminación (un número creciente de niños con asma) y en un aumento de la violencia por falta de tejido social.

En el diseño de las ciudades, se podría, por ejemplo, tomar en cuenta los flujos de viento, para impedir así el calentamiento excesivo de los centros (las famosas bolsas de aire que implican que la temperatura en la ciudad es varios grados superior que en su entrono). Existe la ciencia y los medios para diseñar así las ciudades, e impedir el desgaste creciente de energía (un crecimiento casi exponencial) por causa del aire acondicionada. Pero lo único que cuenta es el crecimiento del PIB, no el desarrollo humano.

El coche, nos es indoctrinado como él símbolo de la libertad. Una libertad que asesina, que destruye, que esclaviza. Diariamente nos bombardean con la publicidad que mezcla velocidad con poder. Que confunde potencia con sexo, degenerando a las mujeres como objetos a conquistar con la posesión del último modelo. El símbolo que esclaviza: como tenemos que tener todos y cada uno un coche (aunque la mayor parte de tiempo sólo está parado y nos trae dolor de cabeza porque ya no queda sitio para dejarlo), es necesario endeudarnos más. Necesitamos ganar más dinero y nos genera más estrés, más miedo a perder este trabajo. Cuanto más ansiosos estamos por ganar ese dinero que nos hace falta (o que nos hacen creer que nos hace falta), más sumisos estamos, y más nos arriesgamos para conseguirlo.

Ese modelo de constante crecimiento económico está llegando a su fin. La población china se incorpora rápidamente en el mismo modelo ‘desarrollista’. Las ciudades chinas se están convirtiendo en un verdadero caos. Cada vez más chinos se compran ese supuesto símbolo de libertad y prosperidad. La venta crece espectacularmente. Tienen todo el derecho a hacerlo. Pero si los chinos llegan a utilizar de la misma forma el coche, como lo hacen los habitantes de los países ‘Occidentales’, China necesitaría 80 millones de barriles de petróleo al día, más que la producción mundial actual. Con los precios del crudo por las nubes, ¿cómo va a reaccionar EEUU para defender sus intereses nacionales, basados en un modelo económico completamente dependiente del petróleo? Además de las decenas de miles de afganos e iraquíes asesinados por sus bombas, ¿cuántos cubanos (si se llagan a confirmar las grandes reservas en su territorio) o africanos (dónde probablemente se encuentran grandes reservas sin explotar) tendrán que morir? En Colombia (en Arauca) desde hace años, el ejercito colombiano, entrenado por militares estadounidenses y utilizando los ‘servicios’ de mercenarios estadounidenses, colaboran activamente con los paramilitares y cometen masacres para limpiar las zonas de explotación (y por donde pasa el oleoducto) de sindicalistas y campesinos ‘molestos’. (Sólo hace unos días el ejército colombiano ejecutó a tres sindicalistas en Arauca –zona petrolera- y les presentó como ‘guerrilleros muertos en combate’, la formula utilizada con frecuencia para estos casos.) El Occidental Petroleum (petrolera estadounidense) tiene así vía libre para llevar el crudo a EEUU.

Si la cantidad de coches que hay actualmente en el mundo es la máxima[1] que puede aguantar el planeta (por razones de contamina­ción y disponibilidad de materia prima), significa que, si se quiere que los demás países (la mayoría) también tengan el derecho a disfrutar de este bien, la gran mayoría de los coches que actualmente circulan en Europa y EEUU, deberían trasladarse al resto de los países. Eso, si realmente se está dispuesto a aceptar su desarrollo.

Si por ejemplo, calculásemos el precio real de la producción y uso de un coche:

- Si se tuviera que pagar un precio justo por la contaminación de la extracción de la materia prima y de la producción.

- Si se tuviera que pagar de alguna forma por el desgaste de la materia prima.

- Si se tuviera que pagar un coste real por el transporte de todas las piezas del coche alrededor del mundo.

- Si se tuviera que pagar un precio real por la infraestructura (carreteras y autopistas), los hospitales y los médicos (3.500.000 de heridos al año en Europa), la policía de carretera, etc.

- Si se tuviera que pagar por la contaminación mundial producida durante el uso del coche y por sus efectos negativos en la salud de la población.

-Si se tuviera que pagar por las decenas de miles de muertos anuales (55.000 muertos anuales por accidentes de tráfico en Europa).

¿A cuánto nos saldría el precio? ¿Será que en el Norte, no estamos dispuestos a pagar tal precio? ¿Será que ni siquiera seríamos capaces de pagar tal precio? ¿Y si nos preguntamos si todo el mundo tiene derecho al uso de un coche?

Llegaríamos a la conclusión de que físicamente no es posible: simplemente no hay materia prima en este planeta para construir y utilizar tanta cantidad de coches, ni para la infraestructura necesaria. Y aunque la hubiera (por ejem­plo trayéndola de Marte), el medio ambiente no tendría la capacidad para aguantar tanta contaminación.

¿Por qué una minoría de la población mundial que vive en el llamado ‘Norte’ tiene el derecho a utilizar de tal forma un bien que no sola­mente jamás estará a disposición de toda la población del mundo, sino que sólo está a su disposición gracias a la desigualdad y la explotación?

¿Con qué derecho una minoría tan pequeña (el 20% más rica de la población posee el 87% de la flota mundial de vehículos) puede producir una contaminación global que afecta no sólo a la salud de la población actual, sino que condiciona a las generaciones futuras con cambios climáticos?

La única explicación que da respuesta a estas preguntas es un profundo sentimiento racista de superioridad que caracteriza la cultura occidental. Menosprecio para todos los demás estados, ‘subdesarrollados’, que sólo merecen ser conquistados y colonizados al servicio de los intereses occidentales. Democracias o dictaduras, no importa, a que sean marionetas que se mueven por los hilos de la presión del Banco Mundial, el FMI o la OMC. Y para los rebeldes queda la fuerza militar, amparada o no por el Consejo de Seguridad (occidental) de las NNUU.

 

 



[1] En realidad es más que el máximo, dado los cambios climáticos que provoca el estilo de vida de los países llamados desarrollados. Pero seamos optimistas y tomamos en cuenta que, con el avance de la tecnología, se logra bajar el consumo y la contaminación de los coches a un nivel ‘aceptable’.